El legado visual de Luis Alberto Spinetta: un viaje fotográfico con Eduardo Martí

Se oye el chistar de un encendedor. Al otro lado de la línea, Eduardo "Dylan" Martí (Buenos Aires, 1950) se toma su tiempo para responder las preguntas de Ñ acerca de Spinetta, el voluminoso libro de fotografías de su amigo Luis Alberto. Una lujosa coedición del sello discográfico Sonamos y la editorial especializada Vademécum, que llevó varios años de preparación.
Fotógrafo y músico, Martí trabajó en el laboratorio de la Editorial Abril a fines de los ‘60 y desde allí desplegó su mirada en los medios gráficos más importantes del país. Con su banda, Pacífico, grabó el LP La bella época (1972). Y no editó nada hasta el año pasado, cuando aparecieron Buscando oro en el lugar equivocado y Centrifugados por la ola, dos EP junto a otros cosmonautas spinetteanos: Javier Malosetti, Hernán Jacinto, Nico Cota, Fernando Lupano y Sergio Verdinelli, entre otros. En el medio, retrató las distintas encarnaciones estéticas de Luis Alberto Spinetta, su amigo y compinche, con quien se dio el lujo de firmar dos canciones de Kamikaze (1982): Almendra y Quedándote o yéndote.
Eduardo Martí. Foto: Ariel Grinberg
–¿Cómo fue emocionalmente para vos volver a trabajar con este material?
–Justo en este momento estoy recibiendo, después de siete años de trabajo, la primera impresión del libro. Y ahora tomo conciencia de que no es un libro, ¡es una guía telefónica! Porque tiene tantas fotos que hasta resulta incómodo de lo grande que es. Es tan grande como todo lo que hizo; parece que tratamos de estar a la altura.
–¿Fue muy trabajosa la selección?
–Más o menos. Todas las cosas que hice a nivel periodístico y profesional las he tenido ordenadas. Y el libro tiene una cronología: arranca con una primera foto de Almendra en el Festival Pinap de 1969 y termina con una de otra época, en otro lugar, pasando por varias etapas de su vida. Aunque no está toda su vida: está la parte que compartimos.
–¿Es una biografía visual, o un retrato en varias partes, hecho por vos?
–Es el álbum de fotos de dos amigos. Un amigo que básicamente ha acompañado al otro en su carrera, y al que le tocó ver distintas etapas de la vida artística.
–¿Ustedes se conocieron como músicos?
–Lo conocí a través de Machi Rufino, cuando venían de grabar el primer disco de Invisible, en 1974. Empecé a trabajar con ellos en el segundo, Durazno sangrando (1975). Eso es lo primero que yo hice para Luis. A partir de ahí seguimos trabajando toda la vida.
"Spinetta", por Eduardo Martí (Vademécum y Sonamos).
–Tus fotos guardan una coherencia estética con la forma de hacer de Spinetta, vinculado a lo artesanal y al surrealismo doméstico. ¿Cómo era la traducción de esa mirada a la toma fotográfica?
–La gran mayoría de las cosas que hicimos tuvieron un carácter artesanal. Porque no contábamos con tantos medios como hay ahora. Hoy cualquier chico medio adiestrado puede agarrar una computadora y hacer la tapa que yo hice para La la la (1986) en cinco minutos y mejor, con más calidad y más precisión. Porque han variado mucho las herramientas. En esa época, si te imaginabas algo, después había que llevarlo a la práctica construyendo los medios para lograrlo, para materializarlo. Y en ese proceso se discurría un camino que era incierto; muchas veces empezábamos con una idea y terminábamos en totalmente insospechado.
–Da la impresión de que a Spinetta le gustaba esa forma amateur de aproximarse a la creación artística, sin ningún tipo de parafernalia.
–Luis se comprometía con todo, hasta con lo más pequeño. Era un genio. No era un sujeto pasivo, se involucraba y era muy exigente. Él no era una estrella, nunca lo fue. Era una galaxia, más bien: por todos los planetas y mundos donde estuvo con sus discos, con la cantidad de situaciones y escenas que imaginó con su música y su lírica. Y las fotos formaban parte de ese proceso. Como en El jardín de los presentes (1976), que fue una de las primeras cosas que hicimos juntos: lo hicimos en el patio de la casa en la calle Arribeños, con un amigo, un gorro de goma para la pileta y un poco de pintura. Estábamos muy influenciados por las películas de Ingmar Bergman y Werner Herzog, el cine que se veía en esa época.
Luis Alberto Spinetta y Eduardo Dylan Martí. Foto: Hernán Dardick
–¿Alguna vez le propusiste una escena a Spinetta que él no hubiera previsto?
–No, porque todo el trabajo era en equipo y las ideas se iban modificando. A medida que uno va indagando y experimentando, todo se va moviendo. No siempre se derivaba todo de su música. A El jardín de los presentes le puse título yo, pero eso no tiene mayor relevancia; el disco es una genialidad y de dónde vino la idea no importa.
–¿Cómo era encontrarse con los cambios de orientación estética que él hacía, por ejemplo con la creación de Los Socios del Desierto?
–Ahí apareció una cosa de rock más crudo, más pesado. Por toda la actividad que tenía y sus características, y por las de mi trabajo, compartíamos mucho. Manejábamos nuestros tiempos, así que nos juntábamos mucho. Entonces surgían un montón de cosas que están reflejadas en el libro. Y aparte hasta pudimos hacer música juntos, que fue la primera pasión que nos unió: el amor por las guitarras y la música.
Ezeiza, provincia de Buenos Aires. 35mm. 1984. Dirección de arte: Renata Schussheim. Foto: Eduardo Martí
–¿Ya desde entonces compartían el interés por la estética asociada al rock?
–¡Claro! Pensá en las cosas que hacía el colectivo de diseño Hipgnosis: dos hombres que se dan la mano en un estacionamiento y uno está en llamas, en la portada de Wish You Were Here (1975). ¿Mayor inspiración que esa? Esa imagen tiene una potencia terrible y nosotros estábamos influenciados por todas esas cosas.
–Spinetta tenía una mirada divergente aún antes: su carrera comienza con un LP con un dibujo suyo como portada, algo insólito para la época.
–Es que Luis era un dibujante terrible. Y no es que estuviera todo el día sin nada que hacer. Tenía horas libres que transformaba en muchas otras cosas, porque no solo hacía música y la ensayaba, también dibujaba, cocinaba, escribía. Entonces, en realidad, no tenía mucho tiempo libre… La cantidad de dibujos que dejó es inexplicable. De mundos súper oníricos, deformes, con personajes que eran mitad auto, mitad humanos. Era muy imaginativo.
–¿Cómo fue cambiando como modelo a lo largo de los años, con las transformaciones de su figura y el paso del tiempo?
–No sé. Muchas cosas las hacíamos de manera casi casual. Quizás estábamos en el estudio, con él grabando, y se nos ocurría hacer una foto. En el libro no hay fotos de la vida privada de Luis. Todo tiene que ver con su trabajo, su música, sus fotos de prensa, las portadas de sus discos.
–¿No hay porque vos no tomabas esas fotos o porque preferiste dejarlas afuera?
–Porque era mi amigo y yo no estaba para meterme en su casa a sacarle una foto como si laburara para Caras. Como hizo Jorge Fontevecchia que le mandó un fotógrafo a una persona que estaba enferma, con los días contados, para hacerle una foto de prepo y luego salir huyendo.
Grabación de "El mono tremendo", en los Estudios Del Cielito: Luis Alberto, Emmanuel Horvilleur, Lucas Martí, Dante Spinetta, Valentino Spinetta y Catarina Spinetta. 35mm. 1988. Foto: Eduardo Martí
–Lamentablemente esa foto es la última imagen de Spinetta.
–Bueno, hay que agradecérselo a Fontevecchia. Y yo no tengo nada en contra de Perfil: he trabajado para ellos y tengo amigos en esa editorial. Pero fue una cosa espantosa.
–¿Cuál fue la última sesión que hiciste con él?
–No estoy seguro. Pero una de las últimas cosas que hicimos fue el videoclip de "Mi element"o, la canción incluida en Un mañana (2008).
–¿Tenés alguna época favorita de su obra?
–El disco que más me gusta de él fue hecho cuando todavía no nos conocíamos. Y es Artaud (1973). Yo lo había visto actuar en el Instituto Di Tella, en el Teatro Coliseo cuando estrenaron Muchacha (Ojos de papel), pero todavía no lo conocía personalmente. Y con Artaud me parece que cambió la sintonía de la música en general. Acá hubo tipos que marcaron hitos en la música. Litto Nebbia, Luis, Charly. La lista sigue, pero te nombro a los fundamentales. Y ese fue un momento de gran ruptura en la composición, en la forma de decir las cosas.
–¿Cómo recordás los días de Las Bandas Eternas?
–Creo que entregó ahí sus últimas energías. Porque fue un esfuerzo físico muy grande. Ensayaba con tres bandas distintas en un mismo día. Entregó todo. Fue extenuante para él, pero lo llevó adelante con mucho coraje. Imaginate el nivel de preocupación y compromiso, por la cantidad de gente que participaba. Fue muchísima responsabilidad para un artista que tampoco era tan convocante, no era seguro que pudiera llenar un estadio de fútbol. Son las cosas de este país.
–¿Creés que lo padeció más de lo que lo disfrutó?
–Él se tensionaba bastante cada vez que actuaba. Pero supongo que le pasa a cualquiera: la responsabilidad de subirte a un escenario ante tanta gente, que todo funcione como querés. No es fácil. Yo no me subiría a un escenario, yo hago música en mi casa. Pero del estrés de subirme a un escenario ni me hables. Él se ponía tenso al principio, pero después disfrutaba, en tanto la cosa se iba desarrollando bien.
–Si tuvieras que elegir una foto de la que hicieron juntos, ¿cuál sería?
–Todas tienen un recuerdo, me cuesta elegir. Pero me parece muy icónica la foto que le saqué en un hotel en Santa Fe: él está con los enseres del personal del hotel encima; el balde en la cabeza, un uniforme. La hicimos con lo que teníamos a mano.
Clarin