Mangas japoneses: la literatura también se dibuja

Una apertura circunspecta, un silencio loteado. Varias páginas mudas, dibujos sin diálogo. Así cree Tadao Tsuge (Japón, 1941) que conviene iniciar una puesta en escena, entrar en clima. Así arranca Melodía sentimental, su antología de manga. En breve –el silencio no dejará de cortar camino– los diálogos se vuelven claves. Tsuge no sólo confía en finales abiertos; también en principios y nudos irresueltos. El relato “Barrio de las cloacas” es una obra maestra gráfica de luces y tinieblas, poblada de desempleados, tullidos y mal entrazados que donan sangre por algo de dinero.
Con Tadao Tsuge no hay algodones ni paliativos ni paños fríos. Los cuerpos en cuero; las caras ocultadas. Lluvias y penumbra y el corte: la oscuridad total. La sombra de un papel curvado que se vuela. Sombra sobre una mejilla como ruborizada. Una larga caminata nocturna de dos. Una doble página de puros techos bajo un diluvio. Excelente mano la de Tadao Tsuge para tifones, igual que para esquematizar máquinas. La precisión arquitectónica a veces es el único embellecimiento de sus planchas. Por momentos, hace pensar que lo que define la identidad y la cara de Japón son sus inmuebles. Es como si para Tsuge dibujar fuera hacer rayas (parece una broma; no lo es). No obstante, el trazo y la disposición en cada cuadro son límpidos, despejados, y no se excede en contexto.
Página de Tadao Tsuge.
Paneles en blanco y negro, judo ilustrado: de una aparente debilidad, nace una fuerza. La paleta va de la fantasía a la alucinación. La lectura se dilata por lo atractivo del dibujo. Tsuge localiza estas historietas –publicadas en los tempranos años 70– en la posguerra en Japón; factores que extreman la benéfica ralentización de la lectura de una novela gráfica, perdido el lector dichosamente en los trazos, que al fin se vuelven, por decirlo así, tangibles. Melodía sentimental, de Tadao Tsuge, al igual que Los sentimientos de Miyoko en Asayaga, de Shin’ichi Abe, fue publicado por la editorial Gallo Nero. (Abe admira al hermano de Tadao, el magistral mangaka Yoshiharu Tsuge, y éste a Abe).
También de principios de los 70 son los manga de Shin’ichi Abe (Japón, 1950), láminas que son trizas de vidas deshilachadas. Abe es el fileteador de las líneas paralelas, el proyectista de lo negro. Demiurgo de instantes de vacío, de espera; de una cara callada y sola en un recuadro. Estampas silentes de lluvia junto al río. En Abe los rectángulos mudos –un paisaje, un perro– son doblemente silenciosos. ¿Trama para qué? Apenas esbozada, la historia delata que lo que más le interesa a Abe es dibujar; plantear una magnífica alternancia entre planos interiores y exteriores.
Al igual que Tadao Tsuge, Abe esconde con frecuencia la cara de un protagonista, y sus páginas certifican que lo sensual es más fácil de ilustrar que de escribir (narrar). Abe delinea dedos de pianista para todos, pero ninguno sabe qué hacer con su vida. (La falta de rumbo a Abe lo hace sombrear). No pocos voyeurs y no poca crueldad gratuita. En general Abe tiende a lo rápido y sucio, con desproporciones corporales a la vista, pero cuando se eleva adquiere notable potencia. Su impronta tiene algo de bosquejo a mano alzada, con detalles de suma precisión.
El genio de Abe, en verdad, se nota en las siluetas, renegridas o blanqueadas, en agua, en peces, ramas, hojas, un entramado de árboles. Un buen transmisor de lo ventoso y pluvioso. Y, como Tsuge, proveedor de la milagrosa miniaturización de un tifón en un cuadrito. Perito de la nieve nocturna, no desconoce la ventaja de bajar el telón de una historia con un aguacero. Propone sin querer la clase de dibujo que hace desear anidar en su interior. Ante la forma en que la silueta de una bicicleta, por ejemplo, queda en blanco. Frente a Shin’ichi Abe, en el crítico acecha el temor de ser falso o impreciso, de que el lápiz se quiebre o derrape.
Melodía sentimental, Tadao Tsuge. Trad. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Gallo Nero, 248 págs.
Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, Shin'ichi Abe. Trad. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Gallo Nero, 270 págs.
Clarin