Héctor Abad Faciolince: en Ucrania, con la suerte de su lado

El que toque este libro, Ahora y en la hora, de Héctor Abad Faciolince (Medellín, Colombia, 1958), tocará el estupor de un hombre, un escritor, que vio al lado la muerte y la cuenta como si él no hubiera sobrevivido al estampido cruel de una bomba que Putin hizo caer sobre una pizzería de Kramatorsk (Ucrania) al atardecer de un día de junio de 2023. Héctor estaba sentado en una de las sillas del restaurante, cambió de sitio para escuchar mejor las conversaciones, y su lugar lo ocupó una colega suya, Victoria Amélina, con la que había viajado para ver de cerca, eso le dijeron, la guerra que Rusia le tiene declarada al país que en un tiempo fue de dominio soviético.
La bomba estalló sobre la silla que había sido de Héctor. Victoria Amélina cayó muerta. Héctor vive aún el estupor que narra en el libro. Desde que empieza hasta que acaba es la rememoración triste de una vida rota. La de Amélina. La suya también está signada ahora por aquel suceso. No es él único grave incidente de su vida de adulto. En 1986, en Medellín, donde Héctor nació, sicarios de las guerrillas colombianas mataron a su padre, el doctor Héctor Abad. Su hijo estaba cerca. Veinte años después él contó, como ahora en Ahora y en la hora, el estupor que jamás ha dejado de alentar su vida.
El olvido que seremos rememora la tragedia que lo dejó huérfano. Amélina y el suceso mortal que cubre su nuevo libro es un abrazo y una pregunta al pasado. Las respuestas de Héctor Abad Faciolince son también preguntas que se hacen al azar y al vacío que provocan sus propias preguntas sobre el mal y las horribles coincidencias.
–Depende de cuándo… De niño no sabía nada, era un manchón verde en el mapamundi de mi casa. Era redondo, formaba parte de la URSS. Cuando se desmoronó la Unión Soviética, francamente no estuve tan atento a cuáles países se habían quedado en la URSS y cuáles se habían independizado. Y de los países se sabe poco cuando entran a formar parte de la historia del mundo, sólo se sabe cuando sufren mucho.
–¿Cómo te llegó la invitación para que fueras?
–Unas editoras querían traducir El olvido que seremos al ucraniano, y yo no sabía que existía ese idioma. Me imaginaba que allá hablaban ruso y punto. O que el ucraniano era un dialecto. Uno suele despreciar lo que desconoce. Así que ellas tradujeron El olvido… en 2020, y empieza la pandemia, así que no pude acudir. Y Putin aprovecha que termina la pandemia e invade Ucrania. Entonces tampoco se podían hacer ferias del libro. Entre otras cosas, porque a Putin le gusta mucho tirar misiles o bombas donde haya aglomeraciones humanas. Y una feria del libro es un sitio atractivo para tirar misiles y matar al mayor número de gente posible.
–Luego te pidieron que viajaras.
–Fue en 2023, segundo año de la invasión, cuando deciden que van a tener de nuevo feria del libro. Y allí quieren presentar El olvido que seremos. Eran chicas de menos de 30 años, no tienen miedo. Y si ellas no tenían miedo, yo tampoco podía tenerlo. Acepto contra la opinión de mi mujer, que no quiere que vaya a ese país en esas condiciones. Tampoco lo quería mi hijo. Mi hija sí quería que fuera, le parecía interesante. Y entonces voy, pero al mismo tiempo yo había escrito mucho ya sobre Ucrania, contra la invasión rusa.
–¿Cuándo sentiste el riesgo?
–Sentí que era un riesgo menor. Y que si mis editoras eran capaces de estar ahí, yo no era capaz de manifestar mi miedo. Era sólo un viaje a la capital. Sentí que era un riesgo luego, cuando me dijeron, estando ya en Kiev, que podríamos alargar el viaje yendo al Donetsk y al Donbass. Les dije que sólo había ido para la Feria del Libro. Y Catalina Gómez, una periodista de guerra colombiana muy valiente, me explicó que había ido muchas veces. “Vamos a una zona tranquila, no tenemos que ponernos chaleco antibalas”, me aclaró.
–Mientras tú vas contando todo eso en el libro, al menos este lector sentía que tenía que avisarte: “¡No vayas, Héctor, no vayas!”. ¿Alguien te avisó entonces?
–Sí, un querido amigo, Gonzalo Córdoba, a quien le debo muchísimo. Fui a la estación de trenes para cambiar los billetes de tren para volver luego a Polonia. Y en esas me llama Gonzalo. Le dije que iría con Sergio Jaramillo, que fundó Aguanta Ucrania. Me dijo: “¡¿Pero tú no sabes que todos los Jaramillo enloquecen a los 50 años? Todos son inteligentísimos, cultísimos, amabilísimos, pero todos enloquecen, no le hagas caso”. En esos momentos mi mujer, Alexandra, me escuchaba hablar al teléfono. Esa vez me dijo: “Sé que vas a hacer este viaje, pero quiero que sepas que me duele muchísimo y no estoy de acuerdo con que lo hagas”.
–En el libro aparece tu padre con frecuencia. A veces, en relación con lo que a ti te sucedió en Ucrania.
–Es que los seres humanos no entendemos bien lo que nos pasa en la vida. Así que uno se pone a examinar detalles. Y me fijo, cuando estaba escribiendo, en que Victoria Amélina hubiera nacido en 1986, año de la catástrofe de Chernóbil, y en que mi hija hubiera nacido ese año, poco después, y que entonces no se podía tomar leche porque ella nació en Italia cuando la leche de vaca fresca estaba contaminada por la radiactividad. Entonces, me enloquece que Victoria tenga exactamente la misma edad de mi hija y que Victoria haya resuelto hacerse matar por una causa justa, pero todos los hombres de Ucrania no pueden salir de allí porque tienen que estar listos para la guerra. Y las mujeres se van a Occidente, a España, adonde sea, para salvarse con los niños. Y Victoria no, Victoria saca a su niño a Polonia; su marido sigue en Estados Unidos y ella se va a documentar la guerra y tiene la edad de mi hija. Y para mí es insoportable que una persona de la edad de mi hija se tenga que dedicar a ser heroína. Y pienso en mi edad, 65, y que la edad que tengo cuando escribo este libro fue la edad en la que mataron a mi papá.
–Un drama en todas las vidas.
–Y entonces me dije: “¡Carajo! Me hubieran matado a mí exactamente a la misma edad en la que mataron a mi papá”. Y mi hijo me dice “es que no te das cuenta” y mi hija me dice “si te hubieran matado en Ucrania, así sea por una causa justa, nos habrías condenado a Simón y a mí, a tus hijos, a vivir como tú y como las tías, como un loco por el resto de tu vida. Loco porque te mataron al papá por una causa justa, por justa que sea, pero enloquecidos por el resto de la vida”. Todo eso se me viene a la cabeza para tratar de entender las dimensiones de todo el drama.
–Imposible borrar, imposible sellar la memoria.
–Y lo que me obsesionaba más, en un momento determinado, fue la imagen de unas adolescentes de catorce años, unas gemelas, que había en la pizzería de Kramatorsk, que estaban entre los muertos. Me vinieron a la mente cuando de repente viene mi hija, cuando yo estoy casi terminando el libro, y me dice: “Papá, estoy embarazada”. Yo no tenía nietos, venían mellizos. Esas correspondencias, estos hechos que parecen casuales, azarosos, en seguida te llegan como estremecimientos.
–Partías de Colombia, que fue hasta fecha reciente un lugar común de la muerte, como diría Tomás Eloy Martínez, y fuiste a la muerte misma, en Ucrania. Ya escribiste otra tragedia, el libro de tu padre, y ahora entregas este. ¿Cómo abordaste uno y otro?
–El de mi padre es una historia que tenía como una espina clavada en el corazón, no podía escribirla tan pronto, y tardé años en abordarla, porque con un libro como ese uno tiene que dedicarse a revivir el dolor y la tragedia. Uno no lo hace para curarse, sino que escribe el libro y se enferma más, y se jode más y le duele más. De hecho, cuando intentaba escribir El olvido... me sentí tan mal que no podía seguir. Y mis hijos eran niños y tenían que crecer en la ilusión de que el mundo es maravilloso y de que la vida es maravillosa; no pensaban que la vida es una cosa asquerosa, llena de asesinos y de gente injusta y malévola. No, ellos van a crecer, como me educaron a mí, en la ilusión mentirosa, pero necesaria, de que el mundo y la vida son maravillosos. Sentí aquel y este libro como obligatorios y necesarios. Los otros los he escrito porque me da la gana, porque me resultaba literario lo que fuera a contar. Pero con el de mi papá, escrito 20 años después de su asesinato, tarde o temprano tenía que darles voz a mi papá y a esa injusticia, y denunciarla literariamente y sin resentimiento y sin rencor. Y tenía que escribir de inmediato el de Victoria, si no caía en la tentación del silencio absoluto y ya no volvía a hablar de ello o se me empezaba a olvidar. Soy un experto en el arte de olvidar.
–Dos libros en el tiempo, angustias parecidas. Uno sobre tu padre, otro sobre Victoria.
–Como escritor tenía dos caminos. Uno era no usar mucho la memoria y dejar que la imaginación trabajara. Y traté de contar lo de mi padre con la imaginación. Me pasó lo mismo con Victoria: contar una vida de ficción que pareciera su historia y que ocurría en Gaza. Tampoco salió. Los libros que tenía que escribir, el de mi padre y el de Victoria, fueron El olvido... y Ahora... Ojalá uno pudiera ensayar la vida y corregirla. Que nada de todo lo que cuento, entonces, haya ocurrido. Dar marcha atrás. Pero la vida nunca es un ensayo.
Ahora y en la hora, Héctor Abad Faciolince. Alfaguara (ebook), 224 págs.
Clarin