Becerra x 2: banquinas y abismos

Los títulos de este díptico y sus tapas –visualmente hermanadas o hermanables– piden inquisición a gritos: quien maneja es el varón, vista al frente. Ellas caminan; leves en sus sonrisas, por la vereda, desenfocadas. Él –único, total, motorizado– va al volante. Ellas no: andan dispersas en su pluralidad. Tamaña lectura semiótica, sin embargo, no se cumple en interiores.
El hombre de Un hombre parece, en principio, asible: es el proverbial tuerca argentino, dueño de una constructora; silencioso, aburrido de su familia, clásicamente insatisfecho, cautivo sensual de “los perfumes densos de la nafta, de los aceites, de los metales, de las gomas y de ese sudor que se filtra por las juntas”, que emanan de su pequeña colección de autos. Hasta que algo cambia cuando decide edificar –en el terreno lindero a su casa– un taller de lujo donde habiten sus hijitos de cuatro ruedas.
La decisión produce efectos inesperados en el marco de un big bang barrial y familiar; un remolino de personas nuevas lo distrae y empieza a fascinarlo. Subrepticiamente, el hombre (que no tiene nombre) se manda así por una colectora desconocida del destino. En lugar de llamarse al orden, de comportarse razonablemente, el futuro extuerca, que está por cumplir 60 años, se deja impregnar por ese viento extranjero de los hechos impensados.
Va dejando una piel y revelando otra, deja atrás la fijación candorosa, tranquilizadora, que es en esencia todo coleccionismo. Va soltando el volante, y permitiendo que el azar lo invada, lo revuelque. Abandona el ropaje de vecino rico del barrio, se aventura por los andurriales emergentes, descubre la felicidad de solucionar pequeños problemas compartidos. Lo alimenta un caos nuevo, fresco. Respira. Es otro.
La mutación transcurre a dos velocidades: arranca farragosa entre motores, carrocerías, cilindros… toda esa especificidad abrumadora de los fanáticos incluso pesa descriptivamente en el texto, atascando el relato y a su protagonista en detalles vehiculares. Pero de ese enredo brota la epifanía y, triunfalmente, el cuento-auto queda atrás: levanta vuelo una novela.
El varón cobra voz porque, aunque no hable, habla su creador: “Se sintió solo en medio del taller que Giovannesse abandonaba. Extraño fenómeno el de vivir, porque en los hechos de la realidad, los que por lo general no cuentan, él estaba en su mansión, acompañado de su familia”. Un modo poético de decir que nada es lo que es, sino símbolo. A esa altura, ya no importa ese hombre: importa la secuencia que atraviesa y lo va convirtiendo en casi todos los hombres posibles.
Si el primer volumen cobra ritmo de a poco, Dos mujeres empieza a toda velocidad, a los gritos, en Plaza de Mayo. Una conoce a la otra en plena acción y elige hablarle, seguirla. Andan casi al trote, por la ciudad que, llegada cierta instancia, empezamos a desconocer: aparecen calles, diagonales, puentes apócrifos, una costanera sur de otro sur, comprimido, onírico, de porteñidad mezclada. La novela de las chicas sería, de ser cine, un larguísimo travelling urbano. Del cielo abierto, pasan a la presentación de un libro en el microcentro, en busca de comida.
Escenario que Becerra aprovecha para plasmar climas reconocibles donde su ironía se encuentra con algo melancólico, existencial: “Los invitados se adulaban de una manera patológica. Hablaban solamente de ellos… En su mayoría hombres desembocando en el mar nocturno de la vejez”, dice mandándonos a pensar en algo que no estaba previsto: ese anuncio brumoso del abismo cercano. La cuestión de género (sin la pomposidad con que suena el tópico) emerge en guiños, con más humor que juicio: “Tomaron un aperitivo y charlaron un rato con una profundidad de varones, o sea, con frivolidad grandilocuente”.
En la suma de ambas novelas, son tres las damas que toman el control y un varón el que se deja llevar. ¿Cómo habría sido de haber empezado por Dos mujeres? Pensarlo hace imaginar otras lecturas, confirmando que estos títulos de Juan José Becerra, como la mayoría de su obra, tienen algo de palimpsesto, de juego, de buen experimento.
Un hombre y Dos mujeres, Juan José Becerra. Seix Barral, 104 págs. y 88 págs.
Clarin