Sergio Chejfec, el anti-spoiler

El llamado de la especie es un libro desconcertante, literalmente. Unos filamentos anecdóticos están desparramados por sus páginas como excusa (algo que la crítica no ha dejado de señalar en relación con la obra de Sergio Chejfec) para la reflexión, pero esta no termina de arrojar ni siquiera conclusiones provisorias. Antes bien, es el resultado de un equilibro casi lírico de la prosa, empeñada en evitar cualquier concesión a la información, tanto en lo que se refiere a desplazamientos, acontecimientos y biografías de los personajes como a precisiones geográficas, sociales y hasta prácticas del mundo que construye la novela. Todo aparece como difuminado detrás de la red porosa de la prosa, que desdibuja lo que toca en un esfuerzo programático sobre el que Chejfec dijo lo suyo en alguna entrevista.
En un sentido, su narrativa parece obedecer a las muchas variantes argentinas de la reticencia a la novela: Piglia habló en su momento de que, a diferencia de las latinoamericanas, folclóricamente adscriptas a la narración más o menos ornamentadas de hechos, la argentina optaba (en todas sus soluciones interesantes) por caminos diferentes.
En su momento, Saer habló del “desmigajamiento de la épica”. El camino de Chejfec es justamente el de una desarticulación de los grandes movimientos de la narración clásica, en casi toda dimensión que sea posible. Un triángulo amoroso, un éxodo popular, la vida en una barriada o la idea misma de personaje, espacio, tiempo y geografía quedan disueltos en palabras que parecen convocarse en función de una idea de eufonía y en el impulso de la continuidad, antes que en la idea de contar o incluso pensar.
La anécdota es simple: una mujer recuerda compartir un momento de su vida en un pueblo impreciso con una pareja, Estela y Julio, y después de una serie de imperceptibles desajustes de convivencia los abandona para caminar hasta otro lugar destartalado (una barriada distante) en donde encuentra a Silvia, quien tiene un defecto en el habla y está en una complicada situación con una pareja que se sostiene a la distancia por vía postal.
La narradora comienza un proceso de manipulación mutua con Isabel, proceso cuyo recuerdo es interrumpido por los de una infancia brutal, signada por un accidente sufrido por su padre. Esos mismos recuerdos conducen a un momento final (nada más lejano a la idea de spoiler que El llamado...) de marasmo en la persecución del éxodo de los habitantes del pueblo de San Carlos, un fenómeno frente al cual la facultad de “reflexionar” (las comillas quieren advertir que, como le sucedía a Carlos Argentino Daneri, a veces el pensamiento de la narradora se pierde en un enamoramiento de su propia dicción, algo que de otra manera ya quedaba dicho) se ve interrumpida.
En este cuadro generalísimo de acontecimientos, el hilo hablante de la novela atraviesa una zona polémica: los pobres que abundan en sus escenarios son sometidos a una suave etnografía que termina por atribuirles formas vinculares y comportamientos que parecen antes prejuicios que resultados de una observación sensible. Pensemos en la polémica suscitada por la serie Viudas negras y el sentimiento de ofensa con que los habitantes de Nordelta salieron a ejercer un derecho a réplica un poco ridículo: las particularidades de la circulación de literatura (esto también es un prejuicio) podrían impedirles a las clases populares el ejercicio de un derecho equivalente.
El llamado de la especie, Sergio Chejfec. Mar de Fondo, 152 págs.
Clarin