Borges de gira y el oro de lo verbal

A esta altura de los acontecimientos, a casi cuarenta años de la muerte de Borges, no supone ninguna originalidad crítica decir sobre él lo que él mismo escribió respecto de los clásicos: que están condenados –felizmente– a inagotables lecturas. En 2023, y bajo la dirección de Jorge Schwartz, Fondo de Cultura Económica publicó Borges babilónico, la industriosa enciclopedia que consignó, con la firma de decenas de críticos e intelectuales, múltiples entradas al mundo borgeano. En octubre de 2024 vio la luz el inédito Curso de literatura argentina que Borges dictó en 1976 en Michigan, Estados Unidos.
En este 2025, en un esfuerzo colaborativo de diversos grupos de investigación académica, el Borges Center publicó Cuadernos y conferencias, la exquisita edición de crítica genética que husmea en los apuntes y manuscritos que el autor utilizaba para la exposición en sus apariciones públicas como conferencista; y Eudeba hizo lo suyo con El habla de Borges; después de todo, antes de su consagración internacional, el autor debía ganarse el pan como cualquier hijo de vecino. Las charlas llegaron, así, a morigerar las necesidades elementales. Borges –repetía Ricardo Piglia– no cayó de un aerolito.
Ahora es el turno del –también inédito– Curso de literatura inglesa y norteamericana, editado por Sudamericana al cuidado de Mariela Blanco y con notas de Germán Álvarez. Cada quince días, entre abril y septiembre de 1966, Borges llegaba a Mar del Plata en tren para dictar, en lo que supo ser la Universidad Católica –y hoy sobrevive como la Universidad Nacional y Pública–, este curso originalmente de catorce bolillas pero de las que se dictaron once. A pesar de que en la introducción Blanco baraje una tríada de hipótesis, las razones del abandono, del por qué Borges no culminó el programa, permanecen en el campo –tan borgeano, por cierto– de la conjetura.
Borges repasa autores bien conocidos por él, desde luego; parte de fines del siglo X con el poema anglosajón “Balada de Maldon” para llegar, con el norteamericano Edgar Allan Poe, a la mitad del siglo XIX. En rigor, el curso se inicia con las invasiones germánicas del quinto y octavo siglo, pero ni esta primera bolilla ni las últimas tres –que versaban sobre Hawthorne, Mark Twain, Faulkner y la poesía del siglo XX– forman parte del volumen: no se halló transcripción de la primera y, como dijimos, las clases finales no fueron dictadas.
Borges expone sobre autores que ha prologado, reseñado, y sobre los que ha escrito en diferentes revistas: Shakespeare, Milton, Swift, Carlyle, Dickens, Tennyson, son solo algunos de los nombres. Y a pesar de su interés por el lector, por la lectura, por la apropiación y la circulación de los textos, se demora, en ocasiones con deleite, como en el caso de Shaw, en la celebración de algunas vidas –para nada imaginarias– sobre las que considera justo referirse en varios momentos.
Por caso, al enfatizar el carácter heroico de los personajes del creador de Cándida, Borges trae a colación un soneto atribuido a Santa Teresa: “He dejado atrás el soborno del cielo: cuando yo muera quiero que el deudor sea Dios y no yo”. Una expresión, sostiene, que les cabe a muchos de sus personajes, aunque también al propio Shaw. No creía en la inmortalidad ni en la gloria, continúa Borges; frente a la indignación general que suscitó el bombardeo alemán a la Catedral de Reims, Shaw, por el contrario, se preguntó por el derecho que se tenía para “vivir de préstamos de la Edad Media”; si hubiese un genuino interés por ellas, aducía, deberían haberlas construido ellos mismos. “Y creo que hubiera dicho lo mismo sobre su obra”, afirma Borges con uno de sus ambiguos halagos, aunque halago al fin de cuentas.
En lo que concierne a Kipling, asegura que su obra puede dividirse en dos: una primera parte, sometida al espacio en la medida en que pretende ostentar la grandeza geográfica del Imperio británico, y una segunda, deudora de un aspecto metafísico por excelencia: el tiempo. Fiel a su estilo de biógrafo quirúrgico, de los días y noches que componen la experiencia de Kipling, a Borges le interesa un acontecimiento indispensable de vida del autor de Kim: aquel que explicaría las vicisitudes de su obra.
“Si quisiéramos fijar su historia en un símbolo”, escribe, “diríamos que él encontró una moneda romana en un pozo que estaba cavando, y creo que algún ornamento, algún brazalete sajón o escandinavo. Entonces Kipling pasó de la idea de la geografía a la idea de los siete mares, a la idea del tiempo”. Resulta extraño, concluye Borges, que Kipling haya percibido el tiempo en Inglaterra y no en Bombay, en la arcaica India (británica), en la que nació allá por 1865.
Borges encuentra en Chaucer y la concepción de traducción que impera en la Edad Media, su modo de encarar dicho proceso. No se trata, asegura el autor de Otras inquisiciones, de copiar la letra del texto original –forma que, por otra parte, debió haber nacido con las Sagradas Escrituras porque ¿cómo meter mano en un texto inspirado por el Espíritu Santo?–, sino de una actividad creativa, incluso superadora del texto de origen.
“Ars longa, vita brevis”: el arte largo, la vida breve, reza el principio hipocrático. Chaucer traduce: “The life so short, the craft so long to learn”. (La vida tan breve, el arte tan largo para aprender). Si de todo Chaucer hubiera quedado solo esta traducción, dice Borges, bastaría para demostrar su don poético.
La publicación de este curso se entronca en la genealogía oral de un Borges que, sobre todo para los lectores y la crítica, sigue dando que hablar. Profesor, conferencista, entrevistado, comensal íntimo (si se piensa en el impúdico Borges de Bioy), el habla borgeana parece haber destronado a aquello que hizo de él, en principio, un autor admirable y admirado: su exquisita prosa; una reconcentrada, laboriosa e imitada escritura, que, desde la ceguera y el agigantamiento de su figura, fue cediendo terreno a la oralidad.
Si, como afirmó Matías Battistón, un autor se convierte en clásico cuando comienzan a respetársele las erratas, el genio tal vez advenga allí donde la perspicacia y la lucidez refulgen en los recovecos de todo tipo de palabra.
Curso de literatura inglesa...J. L. Borges. Edic. de Mariela Blanco. Sudamericana, 480 págs.
El habla de Borges, Edición de Mariela Blanco. Eudeba, 192 págs.
Clarin






