Una pluma con dos alas: Dag Solstad

Difícil dudar que la traducción es una de las tareas más civilizatorias y pacificadoras en este mundo alborotado, y una prueba de que no todo está dado vuelta si se puede estar leyendo, a las dos de la mañana en un cuarto piso del subtrópico, a un novelista de la otra punta del planeta, el noruego Dag Solstad (1941-2025). Un malicioso dirá que la fama exagerada de sus compatriotas Knausgaard y el Premio Nobel Jon Fosse –ambos admiradores suyos– pudo haber adelantado su reciente fecha de partida. Es razonable que existan desfases –años o décadas– entre la publicación de una obra y sus eventuales traducciones, pero menos lógico sonó que la Academia Sueca dejara escapar en 2023 la ocasión de hacer justicia con Solstad, coronando al vecino Fosse.
La noche del Profesor Andersen, de Solstad, fue impresa en Oslo en 1996 y en España en 2023. Un docente de literatura pasa Nochebuena a solas y desde su ventana cree detectar un crimen en un edificio del otro lado de la calle. Se ve incapaz de denunciar al asesino. (La que en Solstad siempre está bien posicionada es la voz que relata: suelta, sin afectación, aguda, equidistante. El autor no se confunde con ella pero le cubre las espaldas y la perspectiva desengañada no se vuelve cínica; al contrario, adquiere una cierta fuerza ética nunca pontificante). Es otra figura de Solstad enfrascada, meditabunda, que se entrega a un careo consigo misma, rodeada a distancia por un pequeño grupo de amigos, mordazmente pintados (sobre todo sus virajes en el tiempo).
Solstad opta por oraciones extensas para decirlo todo de cada instancia, agotar las vueltas y potencias de cada materia o digresión, en una vital y aún vigente captura de la sociedad contemporánea. Diestro para desarrollar argumentaciones lógicas, se requiere una gran transparencia sintáctica para redactar como él. Este devoto de Hamsun, Proust y Mann es excelente para el recuento honesto de las oscuridades que nos involucran y para calibrar la dificultad de conciliar lo íntimo y lo social. Su maestría se luce en maniobras casi imperceptibles.
Quizá un lector no sepa definir con exactitud qué garantías, valores, evocaciones o consuelos provee, pero están operativos y son tangibles. Como en Pudor y dignidad (1994), asoma la sombra de Ibsen, a quien Solstad leyó –en otro legítimo décalage de lectura– a los 50. Sendas ficciones van de la enseñanza de la literatura a la vida, es ése su arco: cómo enseñar literatura, a quién y para qué. Dudan de esa instrucción y de la literatura a secas (mientras la propia novela se encarga de desmentir y tachar esa sospecha). Los alumnos tropiezan adrede con el texto de Ibsen, y el sutilísimo Solstad radiografía con un punzón la pedagogía actual y, aunque su ironía jamás es arrogante, suelta invectivas de una gracia letal. Pero tono y ritmo permanecen suaves mientras glosa el fin de una era (que vista desde hoy gozó de una sobrevida milagrosa).
Novela once, obra dieciocho –ya desde sus títulos queda claro que no estamos ante un autor concesivo– repasa la fallida puesta en escena de una pieza de Ibsen. Otra vez, Solstad va desplazando el foco de la historia sin gestos groseros. La infatuación con una mujer; las fases de un enamoramiento. Excepcional para el análisis docto y pedestre de una pareja, Solstad avanza completamente adentro de la historia.
Sus ficciones se recortan claras y se graban en la mente del lector, aisladas del resto. Expone con nitidez, sin abrumar, y todo lo incorpora con la facilidad que despliega para torcer el guión. Poniendo en riesgo su sentido de la proporción, en Novela once... plantea un volantazo absurdo –una simulación de invalidez– y siembra un misterio mayor al que ya había logrado crear en su protagonista (y en el vínculo de éste con su hijo).
Lo que Dag Solstad es capaz de hacer con un ínfimo pormenor psicológico en una escena insignificante se aprecia también en T. Singer. Esta novela –otra línea delgada entre lo que sucede y lo que no– constata que es un viejo lobo de mar para enigmas minúsculos y resonantes; malentendidos y decisiones insensatas. Sus protagonistas saben no hacer lo que la mayoría haría bajo esas mismas circunstancias. Solstad cuenta cosas –y de un modo– que no cuenta ningún otro novelista. (Ahondadas, si cabe, en las estupendas traducciones al castellano).
Hace de lo arbitrario una lección de elegancia y la insistencia crea lo hilarante. La apuesta es total sin sacrificar una perfecta legibilidad. En estas narraciones, como en Armand V., tramada con seductoras notas al pie de una novela desconocida, el lector entabla una especial intimidad con un autor respetuosamente entrometido que pacta una tensa y natural conexión con sus personajes.
Su proeza: lograr una dulzura desgarradora sin caer en patetismos. A Dag Solstad le bastaron escasos elementos para dejar obras que remiten a la frase de Richard Wollheim sobre Adrian Stokes: “Al borde de las lágrimas cuando sonreía”. En la Prehistoria, la extinción le llegó más rápido al dinosaurio microraptor. Tenía cuatro alas; era mejor tener dos.
La noche del profesor Andersen, Dag Solstad. Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Nórdica Libros, 160 págs.
Pudor y dignidad, Dag Solstad. Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Lengua de Trapo, 144 págs.
Novela once, obra dieciocho, Dag Solstad. Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Lengua de Trapo, 208 págs.
Clarin